lunes, 19 de abril de 2010

Ponencia CICUTTI Arquitectura investigación 2009


Imágenes cartográficas y transformaciones de la ciudad

Dra. Arq. Bibiana Cicutti
La cartografía como género discursivo: representaciones y transformaciones de la ciu-dad en los planos de Rosario (1852-1935)
Directora: Dra. Arq. Bibiana Cicutti
Co-directora: Arq. Bibiana Ponzini
Historia de la Arquitectura Taller Cicutti/ IDEHA
SCyT UNR
bibianacicutti@arnet.com.ar


Cuando fundamentamos el proyecto “La cartografía como género discursivo: representaciones y transformaciones de la ciudad en los planos de Rosario (1852-1935)”, señalábamos que “mi-rar la ciudad desde la cartografía” implica un ejercicio de aproximación al texto visual conside-rando su carácter discursivo. Con este encuadre, las imágenes se comprenden como matrices de prácticas constructivas de lo social; incluso aquellas que, desde una modalidad eminente-mente técnica, nos permiten reconocer marcas de subjetividad que se relacionan con determi-nadas percepciones de la ciudad y su componente geográfico.
El estudio y la sistematización del material cartográfico y su contrastación con las imágenes provenientes de otros campos (la fotografía, la crónica periodística, la literatura, etc.), nos per-mite explorar en el proceso de construcción del espacio urbano, contribuyendo a la historia de las representaciones colectivas. La observación detenida de las piezas cartográficas nos infor-ma sobre aspectos que exceden la lectura documental y asisten al plano de lo simbólico en co-rrespondencia a las constelaciones teóricas y saberes -en referencia a una idea de ciudad y a una determinada modalidad de percepción y apropiación-, en los que aquellas puedan, hipoté-ticamente, inscribirse.
Esta condición “cultural” del mapa se revela como un parámetro a considerar en la construcción de identidades, por cuanto nuestra experiencia espacial –el reconocimiento de nuestra identi-dad y sentido de pertenencia, las nociones de cercanía y lejanía, nuestros modos de relacionar-nos-, está mediada por distintos tipos de cartografías.

Desde los inicios del proyecto hemos logrado conformar una base documental en relación a los procesos de transformación de la ciudad lo suficientemente extensa y construir un corpus teóri-co en relación a la caracterización de “la cartografía como género discursivo”. La propuesta pa-ra 2010-2013 se plantea como continuidad de la experiencia anterior, extiende el registro al pe-ríodo siguiente y profundiza en la relación entre las representaciones cartográficas –en tanto productos de la cultura visual- y el proceso de transformación territorial y por ende, de su valo-ración patrimonial.
Al incorporar la noción de territorio como un concepto más abarcativo, se diluyen las “fronteras” de la ciudad permitiendo otro abordaje de la cuestión del paisaje y de la construcción de identi-dades. Se pretende extrapolar los resultados y las reflexiones alcanzadas a un debate más amplio, focalizado por problemáticas, que si bien son producto de la superposición histórica, inciden sobre los procesos de metropolización contemporáneos.

La ciudad como objeto de cultura
En el marco de la Historia Cultural, el trabajo se propone aproximarse a la comprensión de lo urbano desde una perspectiva novedosa. Si bien la disciplina urbanística, por naturaleza, se ocupa del manejo de la representación bidimensional y de la información técnica de lo que ge-neralmente denominamos “cartografía”, nuestro abordaje se realiza sobre el mismo objeto -los planos-, pero desde otro registro. La naturaleza discursiva de los planos nos impone la cons-trucción del sujeto: el que construye el plano y el que lo mira.
Recuperando la vinculación temprana de la geografía con el arte, se planteó explorar, desde el carácter “pictórico” de los tempranos documentos, hasta el “gráfico y publicitario” propio de la cultura moderna con la tipografía, el uso del color y la técnica del affiche que emparenta nues-tros documentos, por ejemplo, con la planimetría de la posguerra alemana (el caso del Plan Regulador de 1929-35 es elocuente). Este conocimiento sensible nos habilita otras lecturas en el ámbito de las representaciones y en su vinculación con otros saberes y prácticas.
Asimismo, en la medida en que históricamente estos registros del espacio geográfico se con-vierten en dispositivos de visibilidad y control nos interesa efectuar una contribución al desarro-llo de la teoría social con que éstos se sustentaron y se sustentan hoy en día. En la actualidad, y cada vez con más frecuencia, se requiere de estudios sociales de esta naturaleza al tiempo de “calificar” y “redimensionar” el dato técnico, estadístico o para indagar los mecanismos de funcionamiento, recurrencia y regularidad de las representaciones sociales, que en definitiva, son las que producen y se nutren del espacio urbano.
Es la renuncia a la idea de Plan Urbano como instrumento taxativo de ordenamiento y control de la organización social, lo que demanda -desde distintas esferas- la necesidad de profundizar estas indagaciones para la formulación de estrategias comunicacionales, determinación de agendas de proyectos, etc. (PEM, ONGs, etc.). Dada la demanda planteada por instituciones oficiales y académicas, el proyecto propone desarrollar categorías de análisis e instrumentos metodológicos en relación al enfoque planteado así como consolidar y extender el equipo de trabajo, generando recursos humanos calificados.
En términos generales, el trabajo se propone generar los instrumentos de análisis y las habili-dades necesarias para el manejo de la cartografía y articular la lectura crítica en cuanto a la consideración del plano como objeto de cultura, como construcción de significados; como re-gistro de imaginarios urbano-territoriales y, en consecuencia, como construcción de identidades
En la segunda instancia del trabajo, y en función de los resultados arribados, se plantea centrar la indagación y reflexión en la caracterización y construcción del territorio que se desprende de las piezas documentales correspondientes al período 1935-1968, con el sentido de reconstruir el proceso de construcción del espacio urbano a partir de la confrontación con imágenes prove-nientes de distintos campos (producción artística, gráfica, literatura, periodismo), inferir la pre-sencia de rasgos culturales, sociales, económicos y arquitectónicos en la configuración del pai-saje metropolitano como dialéctica entre cultura y naturaleza e identificar tensiones entre lo pú-blico/privado, lo natural/cultural, lo local/regional como componentes de los procesos de cons-trucción de identidades.
Esta perspectiva de trabajo, donde la ciudad y el territorio resultan sujetos privilegiados para la interrogación de los temas sociales se inserta, en un sentido amplio, en la trayectoria de los denominados “estudios culturales”. Si bien, como han señalado distintos autores, al colocarse en los márgenes del discurso académico, los estudios culturales, no aceptan -por naturaleza- una definición disciplinar, podemos hablar de una matriz conceptual vinculada a una noción de cultura que se resiste a las concepciones idealistas y que, más bien, se vincula a una teoría materialista repensada a la luz de la revisión de la historiografía marxista propia de los ´70. Anti-reduccionismo, distancia respecto de la “representación lingüística del mundo”, alerta frente a una “antropologización y universalización” de lo cultural tienden a enunciar una comprensión de la cultura como campo de lucha, remarcando el énfasis político que, por definición, resulta ser la tarea del intelectual. R. Williams señalaba ya en Marxismo y Literatura (1977), que la cultura no puede pensarse como un sistema de textos y artefactos, sino en un encuadre tanto antropológi-co -en el sentido de prácticas culturales-, como histórico de esas prácticas, cuestionando el ca-rácter universalizante por medio de conceptos tales como formación social, poder cultural, do-minación y regulación, resistencia y lucha.
Nuestro objeto de estudio se construye entonces, a partir de la confluencia de los materiales cartográficos con los paradigmas explicativos de la ciudad que, a nivel conjetural, se le asigna a cada uno de ellos. Estos paradigmas tienen que ver, a nuestro entender, con las representacio-nes, cuya constitución y funcionalidad se hallan en relación a los procesos que transformaron a Rosario. Más que a los planos, nos interesa referirnos a lo que ellos “dicen” (o no dicen)y a “lo que se dice de ellos”, a la percepción de la ciudad a través del plano, las teorías, nombres pro-pios, instituciones que cada uno enlaza.

Mapas y cultura visual
Debido a su condición activa y productiva, estas particulares representaciones de los fenóme-nos urbanos que son los planos, construyen una visión del mundo a partir de los recortes y re-misiones que producen, a la mediación de los dispositivos que cada género pone en juego, y a las familias discursivas que se asocian constituyendo genealogías que atraviesan el contexto espacio temporal. En el tratamiento de las imágenes es necesario poner especial atención tanto en la observación de la superficie de la misma y su configuración -recursos argumentativos im-plícitos o explícitos y tematizaciones- (análisis en sincronía), como en el estudio de las variacio-nes que se manifiestan en el tiempo tendiendo a circunscribir los comportamientos, las restric-ciones, en los modos de visibilidad de cada época (análisis en diacronía).
Pensar la cartografía como género discursivo, implica una aproximación técnica a lo urbano pero que, como todo enunciado o conjunto de enunciados, inscribe marcas (encuadre, tipogra-fía, señales, convenciones) que dan cuenta de la subjetividad, esto es, de un sujeto que cons-truye el plano y de un público al cual se dirige y expone una lectura de la ciudad; que a su vez remite a otros documentos y construye un discurso. Utilizamos el término “enunciado” como “construcción de lugares” por parte de quien lo produce y “enunciación”, como lo define E. Ben-veniste, como la puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de utilización: “El acto individual por el cual se utiliza la lengua introduce primero el locutor como parámetro en las construcciones necesarias para la enunciación. Antes de la enunciación, la lengua no es más que la posibilidad de lengua. Después de la enunciación, la lengua se efectúa en una instancia de discurso… “ (BENVENISTE,1978)
Con mayor o menor grado, los documentos cartográficos implican una modalidad de despliegue que podría tentativamente asimilarse, por un lado, a lo que se denomina “traza”, donde las po-sibilidades de interpretación se manifiestan si se tiene el saber que permite adjudicarle el senti-do (SCHAEFFER, 1987) y, al mismo tiempo, considerar cada pieza como la “enunciación” de ciertas marcas de subjetividad que emergen del experto que construye el plano deslizando su propia carga ideológica y saberes incorporados en su disciplina, posicionándose frente al grupo que lo convoca y al contexto de la época.
Entendemos que no es posible considerarlos en sí mismos una unidad de sentido como totali-dad orgánica, sino en su puesta en obra dentro de la serie, la cual, más que la secuencia lineal de la transformación del territorio, nos informa sobre un entramado de ideas sobre la ciudad considerado plausible. Tampoco podemos dar por sentado la existencia de un protocolo de ver-dad en estos documentos, ni aún en los que se presentan como tales, ya que la distancia entre lo real y lo aparente, entre lo planeado y lo realmente concretado no siempre es del todo apre-ciable.

La cartografía urbana en particular desempeña un rol significativo dentro de las “formas de co-nocimiento, control y prefiguración de la ciudad”, tanto en lo que respecta a su “forma material”, delimitaciones territoriales, subdivisión de la tierra, etc., como en la incidencia en los modos de cartografiar la ciudad y el territorio y en las modalidades de percepción y actuación de sus agentes sociales. (FAVELUKES, 2004) Históricamente, la construcción de mapas, descripcio-nes geográficas, registros topográficos, etc., estuvieron vinculados a la necesidad de explora-ción y apropiación del territorio. Desde los “mapas portulanos” a los planos convencionales de la legislación napoleónica, la representación gráfica de la superficie terrestre pretende mensurar, someter el espacio geográfico a las leyes geométricas del dibujo, estableciendo límites y for-mas, en relación a la disposición de los itinerarios comerciales, la expansión militar y la apropia-ción territorial. Como instrumento jurídico-legal, el plano se traduce en una pretendida “cientifici-dad”, que da lugar a una progresiva convencionalización y puesta en discurso de la creciente profesionalización de la disciplina.

Necesitamos de estas representaciones para comprender el territorio, y sobre todo, desde la Antigüedad hasta hoy, para triangularlo, medirlo, controlarlo y desarrollar un proyecto de civili-zación. Con los métodos de proyección, la codificación de signos y convenciones, etc., ese espacio confuso y de dimensiones relativas que era el mundo, se tradujo en “un facsímil del territorio”, donde grabadores y pintores paisajistas extremaban los intentos de simulación de realidad. Pero el mapa es una selección, una hipótesis de restricción que se relaciona con la utilidad y función del mismo. “Le falta lo que caracteriza específicamente al territorio: su espesor y su perpetua metamorfosis… es un filtro, ignora los conflictos que proporcionan energía a toda sociedad….Se encuentra mal equipado para lo cualitativo” (CORBOZ, 1983)
Mapa y territorio establecen una relación productiva: el acto y el modo de representarlo consti-tuye una “apropiación” del territorio y esto no es una transcripción literal, sino siempre una construcción que se presenta como tal.

Ciudad y territorio
El territorio también es un producto, pero esta condición no siempre está presente en las acep-ciones habituales del término. Hay tantas acepciones como disciplinas relacionadas con el mismo (la jurisprudencia, la economía, la política, la geografía, etc.) decía Corboz, pero su inte-rés se centra en las aproximaciones del lenguaje cotidiano, “en las que la palabra territorio tan pronto es alegoría de la unidad de la nación o estado como que designa la extensión de las tierras agrícolas e incluso remite a espacios paisajísticos que connotan el tiempo del ocio”.
Esta definición, fundamental para nuestro enfoque, hace, no sólo a la relativización de las di-cotomías campo/ciudad, centro /periferia, tierra firme/riberas-islas, etc., sino también, a las constelaciones móviles que constituyen las identidades locales/regionales: ”esta oposición es tan falsa –dice este autor- como la que concebiría una isla como limitada por las aguas y rodea-da por ellas: pensamiento de gente de tierra adentro que carece del sentido de los pescadores, cuyo incesante ir y venir entre la tierra y el mar desdibuja los umbrales para crear a partir de los dominios aparentemente incompatibles una necesaria unidad”. El antagonismo entre campo y ciudad, es ante todo, una noción urbana, tanto como la construcción de la idea de “pampa”, “desierto” en relación a la urbe, como la que presenta E. Martínez de Estrada en “Radiografía de la Pampa”
Como advierte D. Harvey, “El territorio no es un dato, es un resultado de diversos procesos. Procesos que se relacionan con la política conceptual del lugar, con la producción capitalista del espacio, con la estrecha vinculación entre conocimientos geográficos y poder político” (HAR-VEY, 2008). Por una parte, como sucede en nuestra región, se modifican lo bordes del territorio por el avance o retroceso las aguas, la formación de albardones, las desecaciones, los rellenos, por otra, es objeto de intervenciones humanas: irrigación, incendios, puentes, carreteras. Pero la mayoría de los movimientos que lo moldean se extienden en un lapso de tiempo tal que es-capan a nuestra capacidad de observación, e inclusiv3e de toda una generación. De ahí el ca-rácter de inmutabilidad que connota generalmente el término “naturaleza”, nos advierte Corboz. La idea de territorio como palimpsesto , reescritura infinita, que ha cobrado tanta importancia en el debate urbanístico de los últimos años, se traduce en una “productividad” recurrente del te-rritorio, una incesante reescritura.
Resulta entonces imperativo considerar este dinamismo en la producción continua del paisaje a la hora de elaborar proyectos que se pretendan significativos y equilibrados.
Para Silvestri y Aliata, la noción de paisaje alude tanto al ámbito geográfico como al de las re-presentaciones simbólicas, o sea, que no se circunscribe sólo a la naturaleza –como ámbito de lo físico- sino que reclama el punto de vista del observador, esto es, un sujeto-observador que construye un relato que le otorga sentido a lo que mira y, sobre todo, experimenta. Como seña-lan estos autores, nuestros paisajes latinoamericanos fueron construidos por la mirada extranje-ra, particularmente, por la sensibilidad inglesa del siglo XVIII, en clave del romanticismo y la pintura de paisaje. De ahí la inmediata asociación entre “paisaje” y “contemplación”, como tér-minos que, con frecuencia, se toman como equivalentes.
Esta condición contemplativa ha signado nuestra percepción del paisaje, construido desde las miradas extranjeras. Miradas móviles, rápidas y superficiales de viajeros y observadores cientí-ficos. (SILVESTRI; ALIATA, 2001)
En las primeras décadas del siglo XX, la cultura “moderna” desarrolla una estética en relación al paisaje con connotaciones ético-morales, científicas y técnicas: el higienismo, la salud pública, etc., en función de la cual se elaboran las propuestas urbanísticas de embellecimiento, prome-nades, miradores, paseos costaneros, etc. La dicotomía “naturaleza-artificio”, se reafirma como parámetro predominante en la cultura occidental y condiciona el modo de relacionar las cons-trucciones –como artefactos- con la naturaleza.

Carl O. Sauer, geógrafo estadounidense, preocupado tempranamente por la diversidad cultural y el equilibrio ambiental, escribe en 1925, La Morfología del Paisaje, donde desarrolla un méto-do basado en la recolección de huellas en el territorio como producto histórico del impacto hu-mano en el medio. A contrapelo de las corrientes positivistas-deterministas de la época, y de la mirada externa, contemplativa, del territorio, Sauer y sus discípulos explican cómo los paisajes culturales son creados a partir de formas superpuestas al paisaje natural, formas que se corres-ponden con los sucesivos estratos que la acción humana, al actuar ya sea, en forma perma-nente o transitoria, inscribe en el mismo. Este acercamiento implica la recolección empírica de los rastros materiales donde se reconocen las acciones productivas y de reproducción de dife-rentes grupos humanos en el medio impulsando los estudios centrados en las diferencias espa-ciales, más que en las habituales formulaciones de leyes generales y abstractas de la geogra-fía.
El paisaje entonces, de una cuestión estético-contemplativa, pasa a ser un elemento central de estudio en geografía, cuyo objetivo, en términos de la escuela saueriana es, por tanto, la re-construcción histórica del medio natural y de las fuerzas humanas que modifican el paisaje.

Construyendo Identidades
C. Lomitz; al referirse a la voz “identidad” nos advierte sobre la necesidad de tomar distancia de las definiciones substancialistas (ALTAMIRANO, 2002). Sin dejar de reconocer que la termino-logía vinculada a este tema es amplia e imprecisa, con connotaciones diversas, según se trate del lenguaje cotidiano como de las diversas esferas que lo abordan (sociología, política, antro-pología, urbanismo, etc.) nos atendremos a plantear su tratamiento en vinculación a los proce-sos de construcción social, en tanto representaciones simbólicas vinculadas al territorio. El te-rritorio como “terruño”, como condición material que define un espacio de lucha –que excede o pone en crisis “lo local”, “lo regional”- por la definición de pertenencias y del concepto mismo de identidad.
La construcción de identidades tiene, además, al decir de R. Fernández, un imperativo mayor para nosotros: abordar una “perspectiva americana del paisaje”, que reconozca las ancestrales formas de aproximación al paisaje, frente a las construcciones teóricas eurocéntricas que en-tienden el territorio como “depósito de signos”, como “laboratorio”, y al patrimonio, en conse-cuencia, como colección de objetos, más que como valoración de la relación equilibrada entre ambiente y obra humana, con sus conflictos e hibridaciones (FERNANDEZ, 2001)


En función de lo expuesto surge una lectura del paisaje que busca identificar huellas todavía presentes de los procesos territoriales -incluso desaparecidos-, como modo de fundamentar las intervenciones proyectuales y las descripciones planimétricas. Esto implica dejar atrás la con-cepción abstracta del territorio para entenderlo como el resultado de un largo proceso de estra-tificación. De ese modo, “Cada territorio es único, de ahí la necesidad de reciclar, de raspar una vez más (pero con el mayor cuidado) el viejo texto que los hombres han inscripto sobre el irremplazable material de los suelos, a fin de depositar uno nuevo que responda a las necesida-des de hoy…” (CORBOZ, 1983)

5. Bibliografía 4.000 (3590)

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